Hoy, en la oscura semiinconsciencia por la que uno suele atravesar a levantarse de una siesta confusa, he recordado uno de los episodios en que cometiera, quizás, el peor error de mi vida y que, de alguna manera, determino mi carácter inseguro, dubitativo y equivoco para el resto de la vida. Fue ese hecho el que me hizo sentir culpable por todo lo que ocurriera en mi familia, a la vez que estupido y timorato, durante el resto de mi infancia y adolescencia. Y de que alguna manera, aunque fuera la causa perdiendo en la memoria, el que desencadeno que sea la persona solitaria y aislada que soy hoy, cuando ya estoy por cumplir setenta años.
En los sesentas se vendía una publicación de figuritas de esas típicas con álbum y sobrecitos, y como siempre había un par que eran casi imposibles de conseguir: la bandera de Malí y La Fragata Sarmiento.
Tenía el álbum casi lleno y un día en el cual que mis padres iban al médico, al pueblo, me dieron dinero para que fuera a la distribuidora, una de las librerías del pueblo, la del viejo Iribarne creo y me comprara una caja de figuritas. ¡Una caja de figuritas¡ Una caja con cien sobre con cinco figuritas dentro de cada una de ellas.
Primero fuimos a comprar la caja y luego me quedé, en el auto, frente al consultorio del Dr. Monetta, abriendo los sobres esperando las difíciles y en un momento tuve en mi mano la mítica, La Fragata Sarmiento , la que nadie conocido había podido ver nunca. La que nadie había podido pegar con engrudo en su lugar del álbum.
Terminé de abrir y un grupo de chicos, de mi edad, que debían haberme estado observando sin que me diera cuenta se acercaron y me preguntaron.
- ¿Qué sacaste?
De lejos les mostré la figurita oblonga de La Fragata Sarmiento. Se miraron entre ellos, se alejaron un poco y al rato volvieron.
- Te la cambiamos por trescientas figuritas.
Negué con la cabeza, pero ya sabía que iba a cometer un pecado estupido innecesario. Volvieron a alejarse y a discutir.
- Quinientas.
Negué.
- Seiscientas.
Y asentí. Me había condenado para toda la vida. Al rato volvieron con una enorme lata llena de figuritas que contaron delante de mí y se llevaron La Fragata Sarmiento. Desde entonces tome conciencia de que era un inútil y de que el resto de los seres humanos eran unos hijos de puta. Jamás volví a ver a La Fragata Sarmiento.
Roberto von Sprecher